sábado, 19 de mayo de 2012

LA FE DEL CENTURIÓN

“Así es como cada pecador puede venir a Cristo. ‘No por obras de jus­ticia que nosotros habíamos hecho, mas por su misericordia nos salvó’. Cuando Satanás nos dice que somos pecadores y que no podemos esperar recibir la bendición de Dios, digámosle que Cristo vino al mundo para salvar a los pecadores. No tenemos nada que nos recomiende a Dios; pero la súplica que podemos presentar ahora y siempre es la que se basa en nuestra falta absoluta de fuerza, la cual hace de su poder redentor una necesidad. Renunciando a toda dependencia de nosotros mismos, podemos mirar la cruz del Calvario y decir: ‘Ningún otro asilo hay, indefenso acudo a ti’” (El Deseado de Todas las Gentes, págs. 283, 284).

EMERGENCIA EN EL HOGAR DE UN PAGANO

1. ¿En qué condición crítica se encontraba el siervo de un centurión romano que vivía en Capernaún? Lucas 7:1, 2.

“El siervo del centurión había sido herido de parálisis, y estaba a punto de morir. Entre los romanos los siervos eran esclavos que se compraban y vendían en los mercados, y eran tratados con ultrajes y crueldad. Pero el centurión amaba tiernamente a su siervo, y deseaba grandemente que se restableciese” (El Deseado de Todas las Gentes, pág. 282).

2. ¿Estaba el hombre pagano convencido que Jesús podía sanar a su siervo? Lucas 7:3-5.

“Creía que Jesús podría sanarle. No había visto al Salvador, pero los informes que había oído le habían inspirado fe. A pesar del formalismo de los judíos, este oficial romano estaba convencido de que tenían una religión superior a la suya. Ya había derribado las vallas del prejuicio y odio nacionales que separaban a los conquistadores de los conquistados. Había manifestado respeto por el servicio de Dios, y demostrado bondad a los judíos, adoradores de Dios. En la enseñanza de Cristo, según le había sido explicada, hallaba lo que satisfacía la necesidad del alma. Todo lo que había de espiritual en él respondía a las palabras del Salvador. Pero se sentía indigno de presentarse ante Jesús, y rogó a los ancianos judíos que le pidiesen que sanase a su siervo. Pensaba que ellos conocían al gran Maestro, y sabrían acercarse a Él para obtener su favor” (El Deseado de Todas las Gentes, pág. 282).

CONFESANDO EL PODER DIVINO DE JESÚS

3. ¿Qué gran respeto y confianza se pueden constatar en el mensaje que el centurión envió a Jesús? Lucas 7:6, 7.

“Jesús se puso inmediatamente en camino hacia la casa del oficial; pero, asediado por la multitud, avanzaba lentamente. Las nuevas de su llegada le precedieron, y el centurión, desconfiando de sí mismo, le envió este mensaje: ‘Señor, no te incomodes, que no soy digno que entres debajo de mi tejado’.

“Los ancianos judíos que recomendaron el centurión a Cristo habían demostrado cuánto distaban de poseer el espíritu del Evangelio. No reconocían que nuestra gran necesidad es lo único que nos da derecho a la misericordia de Dios. En su propia justicia, alababan al centurión por los favores que había manifestado a ‘nuestra nación’. Pero el centurión dijo de sí mismo: ‘No soy digno’. Su corazón había sido conmovido por la gracia de Cristo. Veía su propia indignidad; pero no temió pedir ayuda. No confiaba en su propia bondad; su argumento era su gran necesidad. Su fe echó mano de Cristo en su verdadero carácter. No creyó en Él mera­mente como en un taumaturgo, sino como en el Amigo y Salvador de la humanidad” (El Deseado de Todas las Gentes, pág. 283).

4. Sabiendo que sus propios mandatos eran obedecidos inme­diatamente, ¿qué autoridad reconoció también en Jesús? Lucas 7:8.

“Como represento el poder de Roma y mis soldados reconocen mi autoridad como suprema, así tú representas el poder del Dios infinito y todas las cosas creadas obedecen tu palabra. Puedes ordenar a la enfermedad que se aleje, y te obedecerá. Puedes llamar a tus mensajeros celestiales, y ellos impartirán virtud sanadora. Pronuncia tan sólo la palabra, y mi siervo sanará” (El Deseado de Todas las Gentes, pág. 283).

ENCOMIO DE JESÚS

5. ¿Había muchas otras personas que tenían tanta fe en el poder de Jesús como este hombre pagano? Lucas 7:9.

“Desde la niñez, los judíos habían recibido instrucciones acerca de la obra del Mesías. Habían tenido las inspiradas declaraciones de patriarcas y pro­fetas, y la enseñanza simbólica de los sacrificios ceremoniales; pero habían despreciado la luz, y ahora no veían en Jesús nada que fuese deseable. Pero el centurión, nacido en el paganismo y educado en la idolatría de la Roma impe­rial, adiestrado como soldado, aparentemente separado de la vida espiritual por su educación y ambiente, y aun más por el fanatismo de los judíos y el desprecio de sus propios compatriotas para con el pueblo de Israel, percibió la verdad a la cual los hijos de Abrahán eran ciegos. No aguardó para ver si los judíos mismos recibirían a Aquel que declaraba ser su Mesías. Al resplan­decer sobre él ‘la luz verdadera, que alumbra a todo hombre que viene a este mundo,’ aunque se hallaba lejos, había discernido la gloria del Hijo de Dios” (El Deseado de Todas las Gentes, pág. 284).

6. Al reconocer la fe del centurión, ¿qué respuesta le dio Jesús? Lucas 7:10; Mateo 8:13.

“‘Si puedes creer, al que cree todo es posible’ (S. Marcos 9:23). La fe nos une con el cielo y nos da fuerza para contender con las potestades de las tinie­blas. Dios ha provisto en Cristo los medios para contrarrestar toda malicia y resistir toda tentación, por fuerte que sea. Pero muchos sienten que les falta la fe, y por eso permanecen apartados de Cristo. Arrójense estas almas, conscientes de su desesperada indignidad, en los brazos misericordiosos de su compasivo Salvador. No miren a sí mismas, sino a Cristo. El que sanó a los enfermos y echó fuera los demonios cuando andaba con los hombres, sigue siendo el mismo poderoso Redentor. Echad mano, pues, de sus promesas como de las hojas del árbol de la vida: ‘Al que a mí viene, no le echo fuera’ (S. Juan 6:37). Al acudir a Él, creed que os acepta, pues así lo prometió. Nunca pereceréis si así lo hacéis, nunca.

“‘Dios encarece su caridad para con nosotros, porque siendo aún pecado­res, Cristo murió por nosotros’ (Romanos 5:8)” (El Ministerio de Curación pág. 43).

LA COSECHA DE NACIONES EXTRANJERAS

7. ¿Fue este un caso aislado o habrá muchos que responderán con una fe similar al llamado de Jesús y recibirán sus bendi­ciones? Mateo 8:11, 12.

“Para Jesús, ello era una prenda de la obra que el Evangelio iba a cumplir entre los gentiles. Con gozo miró anticipadamente a la congregación de almas de todas las naciones en su reino. Con profunda tristeza, describió a los judíos lo que les acarrearía el rechazar la gracia: ‘Os digo que vendrán muchos del oriente y del occidente, y se sentarán con Abraham, e Isaac, y Jacob, en el reino de los cielos: Mas los hijos del reino serán echados a las tinieblas de afuera: allí será el lloro y el crujir de dientes’. Oh, cuántos hay que se están preparando la misma fatal desilusión! Mientras las almas que estaban en las tinieblas del paganismo aceptan su gracia, ¡cuántos hay en los países cristia­nos sobre los cuales la luz resplandece solamente para ser rechazada!” (El Deseado de Todas las Gentes, pág. 284).

LOS PAGANOS COHEREDEROS CON LOS JUDÍOS

“Jesús anhelaba revelar los profundos misterios de la verdad que habían quedado ocultos durante siglos, a fin de que los gentiles fuesen coherederos con los judíos y ‘consortes de su promesa en Cristo por el evangelio’. Los dis­cípulos tardaron mucho en aprender esta verdad, y el Maestro divino les dio lección tras lección. Al recompensar la fe del centurión en Capernaúm y al predicar el Evangelio a los habitantes de Sicar, había demostrado ya que no compartía la intolerancia de los judíos. Pero los samaritanos tenían cierto conocimiento de Dios; y el centurión había manifestado bondad hacia Israel. Ahora Jesús relacionó a los discípulos con una pagana a quien ellos consideraban tan desprovista como cualquiera de su pueblo de motivos para esperar favores de Él. Quiso dar un ejemplo de cómo debía tratarse a una persona tal. Los discípulos habían pensado que Él dispensaba demasiado libremente los dones de su gracia. Quería mostrarles que su amor no había de limitarse a raza o nación alguna” (El Deseado de Todas las Gentes, pág. 368).